Juegos perversos
La vida… Si, la vida es un regalo que muchos no toman en cuenta. Y en sus sutiles intentos de sub existir, destruyen la de los demás. Algunos… Los más cobardes, toman represalias en contra de ellos mismo. Eso es la vida. Para mí lo fue, cierto… Después de que mi padre me hallara con las muñecas bañadas en sangre en la tina con el agua helada, y mi piel pálida. Todo para mi cambio.
En realidad. Nada fue lo mismo.
-mi hijo… Mi vida – mamá sollozaba mientras yo miraba un punto fijo en la pared. La verdad es que esa vez, tenía la vergüenza hasta el piso. Papá solo me miraba reprobatoriamente, mientras se mantenía cruzado de brazos. Me había afectado mucho el que se hubiesen divorciado. Pero no fue eso lo que me llevo a tomar aquella decisión. Si no que… Fue otra cosa que de solo pensarla, me da rabia y las ganas de volver a repetir lo que había hecho, me llegaban como grandes dagas atravesando mi corazón destrozado.
- te lo llevaras Simone, sinceramente. No sé qué hacer con él – escuche a mi padre hablar, cuando ambos estaban afuera de la habitación. Yo me encogí de hombros. No me extrañaba. Mi padre no quería tener que cargar conmigo, después de que… Atente contra mi vida. Mamá lloraba. Y se lleva una mano a los labios, callando los sollozos que se hacían más audibles conforme mi padre le dice cosas sobre mí.
Entonces desde ese día, me culpe a mi mismo por todo lo que hice. Por la manera en que hice sentir a mamá. Y ahora estoy en camino a otro lugar, según ella cambiar de aires me haría diferente. No, la verdad es que nada de lo que ellos hicieran me harían olvidar. Lo que pase hace tan solo... hace unas semanas, no se comparaba con nada.
Llegue a la ciudad, mi madre tenía un buen empleo ahí. A mí no me agradaba la idea de volver. Yo había crecido ahí, hasta los once años. Edad en la que mis padres se divorciaron <
Ahora de nuevo estoy en Alemania. Específicamente… Leipzig, a mamá le encantaba esta ciudad, era pequeña. No me quejaba, lo que yo necesitaba era aislarme de todos. Con el tiempo tal vez mi madre tendría el privilegio de saber porque había intentado quitarme la vida. Era un secreto… solo papá lo sabía.
-Esta será tu nueva habitación – dijo ella. Llegamos tan rápido, que no lo había notado. La casa era grande, como lo recordaba. Con ese aroma a vainilla que me llenaba los pulmones, un aroma dulzón… A lo que mamá olía.
- gracias – respondí. No quería hablar, no ahora. Después de todo, la lastimaría lo sé. Siempre lastimo a los demás.
Cerré los ojos, recordando cómo fue que paso… Y aprieto los puños. Maldición, aun no lo olvido. Ese dolor que por dentro me había quemado hasta las entrañas, y que me torturo el alma. Ahora tendré que vivir con ello el resto de mi vida.
Después de todo… ¿Qué es la vida para aquellos que han sufrido?… ¿Qué significado tiene vivir si te han lastimado hasta los más hondo?
Para mi… ya no tiene valía, nadie me sacara del maldito abismo donde eh caído.
Paso el día… Mamá me inscribió en un instituto privado. A lo cual yo no pude alegrarme, los niños ricos no se me acercarían, su cabeza esta tan llena de mierda, que el mundo real apenas y les importa. Yo antes era como ellos, pero desde que aquello pasó. Ya no soy así. Olvide por completo que es sonreír.
La mañana que fui al instituto, mamá me llevo. No quería ni tenía ganas de ir en el autobús que pasaba por ahí. Tenía apenas 16 años. Y bien podría conducir con un permiso especial otorgado por los padres, lo malo es que no se conducir.
Cuando llegamos, un edificio lúgubre se alzo ante nosotros. Compartiendo cínicamente mi dolor, y no era para menos, el uniforme parecía como si fuéramos a un funeral. Completamente de negro, yo siempre ame ese color. Reflejaba mi personalidad, ahora más que nunca, me permitieron llevar las uñas pintadas, y el maquillaje, aunque fuese un poco leve. Con eso me conformaba.
Mi cabello, siempre fue liso. Así que lo deje así, largo y caído por mi espalda, y hombros. No era muy largo, solo que venía en capaz que hacían juego con los destellos de las puntas blancas que tenia pintadas. Lo sé… me alegraba ser moreno natural, siempre me había gustado ese color. Y si hubiera sido rubio, igual me hubiera teñido el cabello.
No me gustan los colores llamativos. Ni mucho menos me llama la atención el cabello rubio.
Cuando baje del auto, mamá me miro. Su mirada enternecedora, y con un gruñido tuve que darle un beso en la mejilla. Ahora así podía dejarme ir.
Todos los alumnos me miraban, obvio tenia pintas andróginas y aparte mi estatura era imponente ante sus ojos. Sin embargo, no eran miradas burlonas, creo que mi aspecto no fue lo que les impresiono. Entonces mire mis muñecas, si… Ellos miraban los vendajes rodeados en mis muñecas, diría que fue un accidente si me llegan a preguntar.
Ese día estaba lloviendo ligeramente, no como para cubrirte con una sombrilla, pero si para llegar semi mojado al aula. Entre al lúgubre edificio, y camine por los angostos pasillos, la secretaria me había dado un mapa y mi horario de clase. Me había norteado, siempre pasa en los primeros días.
Conseguí direccionarme gracias a una chica rubia, que estaba por ahí merodeando con sus amigas. Después de que me indico el aula, se fue cotilleando con sus amigas. Parecía rara, claro no más que yo.
Ahora estaba frente a la puerta, trague saliva. Nunca me había puesto tan nervioso, no como ahora lo estaba. Podía jurar que mis manos estaban sudando, y mis ojos querían soltar lágrimas nerviosas. Toque la puerta, pidiendo a gritos no ser escuchado. Mala suerte, el maestro abrió la puerta.
Me miro ceñudo, después esbozo una sonrisa leve.
-pasa muchacho – me hiso un ademan con la mano, haciéndome entrar más a fuerzas que de ganas. Entre y el bullicio que había escuchado antes de tocar, inusitadamente se quedo en silencio. Uno muy tenso que se podía respirar y dolía demasiado. Me miraban minuciosamente, llegar tarde también solía pasar en los primeros días de clase.
Un grupo hasta el fondo, conformado por mucho chicos con pintas de malos, me escrudiñaron con la mirada, pero lo que me llamo la atención, fue que al centro de estos. Estaba un tipo, uno raro. Con las pintas mas locas que haya visto en un chico, rastas en primer lugar que eran amarradas con una cinta negra, el mismo uniforme que el mío. Y en los labios, una perforación. Y… los ojos achocolatados, tales como los míos. A diferencia de mi, sus facciones eran más varoniles obvio sin dejar lo delicado.
Se relamió los labios… ¿Qué jodidos era eso?
Nunca llegue a entender… No hasta que él se quiso acercar a mí. De la manera que menos espere.
1 comentario:
ojala sigas scribiendo mas m encanta
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